El laberinto como representación arquetípica del paisaje

Muy diferentes significados, usos e interpretaciones acerca del laberinto se han tenido desde el inicio de la cultura humana, cuando, perdida ya la facilidad del instinto animal para encontrar los caminos de la naturaleza y afrontar sus peligros, el hombre creó el arquetipo del laberinto, reflejo del miedo ancestral y la desorientación que el ser humano experimentó ante la naturaleza hostil y, como ser racional, también y fundamentalmente, miedo a la vida.
El laberinto es un símil de la variedad infinita de bosques en su monótona similitud, de montañas y de senderos que se bifurcan y se enredan, constituyendo, al final, un símil de la vida misma, de un origen mítico y del eterno retorno que es el Edén y que en su centro nos espera el hombre primordial.


El llamado laberinto de Mogor en Galicia es un petroglifo con un diseño reiterado en el Mediterráneo. La imagen del laberinto es uno de los símbolos más antiguos de la humanidad, como si estuviera arraigado en nuestra naturaleza desde su origen, del tal manera que el mismo nos habla de nuestra propia condición humana, incluso cósmica.


Moneda minoica con representación del laberinto de Cnossos

 

Catedral de Amiens. Este tipo de laberintos en los suelos de las catedrales para peregrinajes simbólicos.

 

Dibujo del Laberinto de Laxe das Rodas. Se cree que pudo representar un doble calendario.

Del laberinto retenemos, esencialmente, la complicación de su plano y la dificultad de su recorrido. Cada uno tiene su paisaje propio, pero en todos se repite esa necesidad de representar un recorrido, un inicio y un final; un objetivo y la meta.

Lucy es el conjunto de fragmentos óseos pertenecientes al esqueleto de un homínido de la especie Astrolopithecus afarensis, de 3,2 a 3,5 millones de años de antigüedad, descubierto en 1974 a 159km de Adís Abeba, Etiopía.

Desde la aparición de nuestro primer ancestro bípedo, alrededor de hace unos 3 millones de años, nuestra vida se desarrollaba entre migraciones, ciclos y la necesidad de orientarse en el espacio. Y así ocurrió hasta hace unos 8,000 años, cuando, la finalización de la era glaciar, nos impulsó a descubrir la agricultura o, simplemente nos permitió sobrevivir de un mismo ecosistema, sin necesidad de migrar y pudiendo destinar más recursos a un mismo punto neurálgico dando lugar, mas tarde, a la conformación de las primeras civilizaciones y de las propias categorías con las que definimos el paisaje.

Así pues, el laberinto, al igual que el paisaje en tanto que objeto, se pueden construir y transformar. Pero es a través de su recorrido que nosotros conformamos sus propias categorías, determinando sus usos, significados, y transformándolos a diferentes escalas, a la vez que nos transformamos a nosotros mismos, no sólo fisicamente, sino simbólicamente.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:

– SANTARCANGELI, Paolo. El libro de los laberintos. Siruela, 1997.
– CHEVALIER, GHEERBRANT. Diccionario de símbolos. Herder. 1995.
-CARERI, Francesco. Walkscapes. El andar como prátcia estética. Editorial GG. 2002.

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